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za para atrás, se apoyó con las dos manos sobre la rodilla enferma. El dolor debió ser medio regular, porque de zaino que era el herido, se puso más amarillo que patito recién salido del huevo.

—Stá güeno — dijo la curandera y aconsejó que al hombre se lo llevaran para su rancho, en algún carrito o zorra, porque tendría para unos veinte días de no moverse. Dicho esto lo vendó con unos trapos y después de agraciarlo con un "Dios te ayude", habiéndole puesto la mano sobre la cabeza, se fué, quebradita del espinazo como había entrado.

No bien la curandera se despidió, vi entrar a la muchacha que, hacía pocas horas, me había ayudado a tomar agua. En seguida se puso a andar de un lado para otro, risueña, acomodándolo al compañero golpeado, para que pudieran llevarlo. Por mi parte no la perdía de vista ni un momento. ¡Qué chinita más linda y armadita! .Era de un altor regular, tenía una cara desfachatada y alegre como un canto de jilguero y cada movimiento del cuerpo, me insultaba como un relámpago los ojos. Adivinando mi intención, me miró de soslayo y se rió. ¿Sería de las casas? ¡Qué a tiempo me había quebrado! Con tal que la convalecencia durara siquiera medio mes.