Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/236

Esta página no ha sido corregida
— 234 —

—¡Bien haiga! — dije. Entoavía la osamenta no se me ha desnegao pa vivir.

Patrocinio reía. Yo también. Me sentía tan agradablemente inútil que me dormí.

Al despertar fué lo más amargo.

Sin acordarme de mi mal, quise incorporarme y todo el cuerpo me gritó de dolor.

—No se mueva compañero —me advirtió una voz.

En un rincón del cuarto, aclarado por el amanecer, ví al paisano que en el rodeo había caído raboneando una vaca. Sentado sobre una matra, con la espalda apoyada en la pared, fumaba despacito, echando sus nubes de humo. Comprendí que no había dormido y pensé que estaba en la misma postura desde el día anterior a eso de las doce.

"Gaucho duro", dije en mis adentros, y me prometí aguantar sin queja mi parte de dolorle pregunté.

—¿No se halla mejor?

—Igual no más.

—¿Durmió?

1 —Hasta aurita, no más.

De golpe, y por primera vez, me agobiaron las ligaduras con que me habían inmovilizado el brazo.

Una lonja de cuero de oveja, con lana para adentro, me sujetaba, pasada en ocho bajo el sobaco