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Llegué a un recuerdo, como a un abra en el monte:

—Patrocinio !

—Déjese estar no más y no se mueva.

Me dolía todo el lado derecho del cuerpo y la cabeza, también del lado derecho.

—¿Qué tengo?

—Se ha quebrao la eslilla y se ha lastimao la cabeza. Parece que el costillar lo tiene machucao.

Recordé: El toro, el tirón... Y entré claramente en la comprensión de lo sucedido y lo actual.

Pedí un vaso de agua y miré alrededor.

Estaba en una prolija pieza de rancho, acostado en un catre. Patrocinio, sentado en un banquito bajo, me espiaba de vez en cuando. Una muchacha desconocida, bonita, entró con un jarro de agua y me ayudó a enderezar la cabeza para beber. Por amor propio hubiera querido desenvolverme solo, pero por el placer que me daba su mano, soliviándome la cabeza, y un extraño sentimiento de gratitud para con su sonrisa afectuosa, me callé.

El inútil y brutal esfuerzo por comprender, ha— bía desaparecido. Estaba contento. No podía moverme.