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tirón, se me iba de entre las piernas. Quise abrirle; una espuela se me trabó, enredada en el cojinillo. Y nos fuimos, como boleados contra el suelo. ¡Qué golpe! No importaba; yo no quería pensar sino en el toro. Tenía que estar quebrado.

Quería que estuviese quebrado. A unos metros lo vi intentando enderezarse. Estaba como pegado por el tren trasero en tierra. Me miraba fijamente.

—Lo ha de haber quebrao del espinazo cía Patrocinio.

— deEl lobuno se levantó, sin dar señas de estar estropeado. Era manso y podía dejarlo así, rienda abajo. Yo sentía el brazo derecho completamente caído y el hombro me hormigueaba como cangrejal. Comprendí lo que me pasaba. Me había quebrado la eslilla y... tal vez tuviera el brazo sacado. Entretanto Patrocinio le había puesto el lazo al toro. Me acerqué. Pensaba con pesadez en mis caballos golpeados... Tenía que luchar contra un embotamiento progresivo. Patrocinio, que sabía lo que había que hacer, estiró su lazo y la cabeza del toro quedó contra el suelo, quieras que no.

—¡Sos malo!

le dije. Y saqué con la zurda