Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/207

Esta página no ha sido corregida
— 205 —

1 Yo había seguido por detrás de una yaguanesa y la llevaba cerca. Forzándola hacia el mar, cuyo ruido me sorprendía y achicaba, hice que se resistiera y así pude arrimarle el caballo. El Moro se le prendió como tábano en la paleta y allí íbamos con la vaca afirmándonos uno con otro.

De repente entramos a pisar algo sonoro y resbaloso. Largué los estribos por las dudas. La yaguanesa, queriéndose caer, se atravesó, pero el Moro seguía echándola por delante con el impulso de la corrida. Y sucedió lo que debía suceder.

Al salir del fragmento de roca resistente, encontrando la blandura de la arena, la vaca se tumbó.

Sentí por el encontronazo que el Moro se daba vuelta por sobre la cabeza. "Con tal que no se quiebre" tuve tiempo de decirme, y me eché hacia atrás. Un momento se deja de pensar. El cuerpo cumple su deber por instinto. Sufrí en la planta de los pies el chicotazo del suelo. Tuve que correr unos pasos para recobrar el equilibrio. Volví sobre mi caballo, que aun se esforzaba por ponerse de aplomo. La vaca enderezándose me amagó un tope. Lleno de audacia le crucé el hocico de un rebencazo y le saqué el cuerpo. Tomé mi caballo de las riendas. Por ahí cerca venían los compañeros. ¡Pobre Moro! Lo hice caminar.