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eran muy baqueanos y a nosotros nos habían dado un pedazo de campo limpio. Eso sí, tendríamos que cruzar los médanos y llegarnos hasta el mar, para de allí, por los arenales, echar hacia el lado del campo los animales matreros que sabían esconderse.

Nuevas curiosidades para mí: los médanos, el mar. No quise pasar por chapetón y dejé mis preguntas de lado, como una vergüenza, esperando instruirme por mis cabales.

En el cielo, las primeras claridades empezaban a alejar la noche y las estrellas se caían para el lado de otros mundos. Orillamos un bajo salitroso y unas lagunas encadenadas, en que los pájaros, medio dormidos, se espantaron de nuestra presencia. Clareó más y comenzaron a vivir los animales de la pampa. Pasamos cerquita de una osamenta hedionda, que unos treinta caranchos aprovechaban, porfiando ganársela a la completa podredumbre.

¡Qué amabilidad la de esos pagos, que se divertían en poner cara de susto!

Al querer despuntar el sol, divisamos a contra luz la línea de los médanos. Era como si al campo le hubieran salido granos.

Varios vacunos trotaron por lo alto de una lo-