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Ya cruzábamos algunas palabras con los paisanos, en el palenque. Nos mirábamos los caballos ponderándolos cortésmente:

—Lindo el bayito 197dije a un hombre que se acababa de apear cerca mío ha de ser de con— seguir, dentrando al pueblo.

—¡Azotes!

¿Y su moro?

—Medio dispuesto p'al dentro. Pero ¿qué va a hacer con una desgracia en el lomo?

—Ande está la desgracia?

—Un servidor — dije señalándome el pecho.

—Este sí que es güeno — dijo un viejito flaco, acodillando su cebruno petizón, que no se movió más que un fardo de lana.

Ahá!... ¡Ponderan la juria'el sapo! rió el del bayoreía el paisano.

— —No te fiés muchacho..., no te fiés de los gallos qu'entran a la riña dando el anca el viejoaconsejó Un hombre achinado y gordo, que desembarraba con el lomo del cuchillo las paletas de su overo pintado, arguyó señalando el espléndido alazán de Don Segundo:

—Ese es un pingo.

Todos lo miraron con un silencio de asentimiento.