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Sin perder tiempo, arrié mi tropilla en su dirección, recordando el camino seguido hoy por la yegua. Me encomende a Dios, para que no me dejara desviar ni un metro de la dirección que recordaba. En una atropellada alcancé con ansia el lugar en que estaba Comadreja, que se entreveró con sus compañeros, y al grito de "¡Vuelva!", salí, yegua en punta, para el lado del campo firme.

Pasado el apuro, seguimos como muchachos castigados, hinchando el lomo y con las cabezas muy gachas.

Llegando al rancho pensaba: La casa es la Icasa, en cualquier parte que esté y por pobre que sea.

El rancho, antes tan miserable, me resultaba, al volver del paisaje, un palacio. Y sentí bien su abrigo de hogar humano, tan seguro cuando se piensa en afuera.

Aunque todavía fuese temprano, mi padrino y Don Sixto preparaban la comida en el patio. Me preguntaron por mi paseo.

—Lindo no más. Casi pierdo el bayo contesté, e interrogado relaté el percance.

Don Segundo comentó a manera de consejo:

—El hombre que sale solo, debe golver solo.

—Y aquí estoyconcluí con aplomu.