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a dir juntando unas bostas y algunos güesitos pa'l juego.

A la media hora de una conversación interrumpida por el lagrimeo y la tos que me imponía la humareda espesa de la bosta, gané el campo so pretexto de ver para dónde se había recostado mi tropilla.

Más vale el campo, por fiero que sea, que estar tosiendo a la orilla del fuego como vieja rezadora.

Mi tropilla se había alejado caminando con cautela de quien está revisando campo para comprar, despuntando los pastos, mirando a veces en derredor o a lo lejos, como buscando un punto de referencia. El picazo en que iba montado, relinchó.

La yegua madrina alzó la cabeza, desparramando un tropel de notas de su cencerro. Todos los caballos miraron hacia mí.¿Por qué estábamos así desconfiados y como buscando abrigo?

Casi entreverado con mis pingos, me dejé estar mirando el horizonte. La yegua Garúa olfateó hacia el mar y nos pusimos a seguir aquel rumbo, como una obligación.

—¡Campo fiero y desamparao!

dije en voz alta.

Ibamos por un pajal descolorido y duro que los caballos husmeaban despreciativamente, con algo