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bía tener extraviado el entendimiento y dejé ahí reflexiones, porque bastante tenía con mirar el campo y más bien hubiese deseado hacer preguntas acerca del mar y de los cangrejales.

Aunque el arreo sea bueno, y no le haya sobado al resero el cuerpo más que lo debido, siempre se apea uno con gusto de los apretados cojinillos para ensayar pasos desacostumbrados. El palenque, con sus postes blancos, llamó más mi atención de cerca, mientras desarrugaba a manotones el chiripá y aflojaba las coyunturas.

Don Segundo me dijo riendo:

—Son espinas de un pescao del que entuavía no has comido.

— —Hace más de cincuenta años explicó Don Sixto que la ballena, tal vez extraviada, vino a morir en estas costas. El patrón se hizo llevar el güeserío a las casas, "pa adorno" decía él. Aquí ha quedao este palenquito.

dije, —Mirá qué bicho pa asarlo con cuero temeroso de que me estuvieran tomando por sonso.

—Estas son tres costillas concluyó Don Sixto, agregando para cumplir con su deber de hospitalidad. Pasen adelante si gustan; en la cocina hay yerba y menesteres pa cebar...; yo voy -