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XV.

¡Qué estancia ni qué misa! Ya podíamos mirar para todos lados, sin divisar más que una tierra baya y flaca, como asonsada por la fiebre. Me acordé de una noche pasada al lado de mi tía Mercedes (dale con mi tía). Los huesos querían como sobrarle el cuero y estaba más sumida que mula de noria. Pero mejor es que lo sangren a uno los tábanos y no acordarse de esas cosas. ✓ Habíamos dejado la tropa en un potrero pastoso, antes de que nos mandaran para la costa, a hacer noche y descansar en un puesto.

¡Bien haiga el puesto! Desde lejos lo vimos blanquear como un huesito en la llanura amarilla.

A un lado tenía un álamo, más pelado que paja de escoba, al otro tres palos blancos en forma de palenque. La tierra del patio, despareja y cascaruda, más que asentada por mano de hombre pa-