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go miramos en silencio, para traducir nuestra opinión en apuesta.

—¡Treinta pesos al giro!

—¡Doy cincuenta a cuarenta con el giro!

La usura me pareció un insulto de compadre logrero, que aprovecha una tara para envalentonarse. El bataraz sentía su defecto del pico. Espié minuciosamente.

El giro cargaba de firme, el buche pegado a su contrario, que le daba un poco el flanco, cruzando el pescuezo. Pero el bataraz, cuando se sentía picado en las plumas del cogote, zafaba el encontrón echando casi al suelo la cabeza, de modo que los puazos pasaran por encima, sin herirlo. Maldije del dueño que largaba al reñidero un animal tan noble, en condiciones desventajosas.

Brillaban las cabezas barnizadas de sangre. Afanosos los picos buscaban los verrugones de las crestas o un desgarrón de pellejo para asegurar el bote.

Las apuestas, dando usura, caían con persistencia de gotera.

Veinte, treinta minutos pasaron angustiosamente, sin que variara el aspecto del combate. Mis simpatías estaban por el bataraz que, no habiéndose empleado a fondo, resistía las cargas del giro, OF

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