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XII.

Era nuestra noche de despedida. Mateando en rueda, después de la cena, habíamos agotado preguntas y respuestas a propósito de nuestro camino del día siguiente.

Breves palabras caían como cenizas de pensamientos internos. Estábamos embargados por pequeñas preocupaciones respecto a la tropilla o los aperos, y era como si el horizonte, que nos iba a preceder en la marcha, se hiciera presente por el silencio. Recordé mi primer arreo.

Perico, a quien repugnaba toda inacción, nos acusó de estar acoquinados como pollos cuando hay tormenta.

—O nos vamoh'a dormir decía o Don Segundo nos hace una relación de esas que él sabe:

con brujas, aparecidos y más embrollos que negocio'e turco.

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