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pedirle tres piezas consecutivas negóse con pretextos nimios.

Rabioso pensé en el trato benévolo de la de verde.

Al rato estaba muy bien de relaciones con mi nueva amiga, y hasta me acusaba de haber sido un sonso en desperdiciar mi tiempo con la otra.

Tiernamente, al concluir una polca, le oprimí los dedos, pero debía estar de mala pata esa noche porque se me cuadró en actitud altanera diciéndome:

—¿Se ha creído que soy escoba'e barrer sobras?

Adiós todos mis placeres de la noche. De pronto, la gente que me codeaba empezó a pesarme, como un caballo que lo ha apretado a uno en la rodada.

Me abrigué en la sociedad de Perico.

—Ve, ve— me decía éste señalando una pareja de gringos que pasaba bailando a saltos. ¡Cha que son gauchitos, si van como arrancando clavos con los talones!

Y al notar mi seriedad, volvió hacia mí sus bromas:

—No ves que el andar saltando al pedo no lleva a nada güeno. ¿Te han basuriao, hermano? ¡Po-