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rencia y encogiéndose de hombros la voluminosa Doña Encarnación:

"Una, dos, tres "Matate si querés." Entre burlas y galanteos siguió el juego de los versos.

Bailamos un triunfo y un prado y enardecidos nos entreveramos cada vez más con mi morocha, lanzándonos palabras que por ir en rima nos parecían disimuladas.

Una muchacha cantó. Un hombre tenía que contestar con una relación, porque era de uso.

Pero ¿quién se atreve a declamar una versada jocosa, paseando de una punta del salón a la otra ante el silencio de los demás?

Don Segundo quedó de pronto en el centro de la rueda.

La curiosidad volvía mudos a los mirones. Mi padrino se quitó el chambergo y pasó el antebrazo por la frente, en señal de trabajoso pensamiento.

Por fin, pareciendo haber encontrado inspiración, echó una mirada circular y prorrumpió con voz fuerte:

"Yo soy un carnero viejo de la majada' e San Blas.

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