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Yo me enervaba al lado de Perico, sorprendido como en una iglesia. Peleaban en mí los deseos de sacar a mi mocita de punzó y la vergüenza.

Calló un intervalo el acordeón monótono. El bastonero golpeó las manos:

—¡La polca'e la silla!

Un comedido trajo el mueble que quedó desairado en medio del aposento. El patrón inició la pieza con una chinita de verde, que luego de dar dos vueltas, envanecida, fué sentada en la silla, donde quedó en postura de retrarodecía Pedro; —¡Qué cotorra pa mi jaula!

pero yo estaba, como todos, atento a lo que iba a suceder.

—Feliciano Gómez!

Un paisano grande quería disparar, mientras lo echaban al medio donde quedó como borrego que ha perdido el rumbo de un golpe.

—Déjenlo que mire pa'l siñuelo gritaba Pe— dro.

El mozo hacía lo posible por seguir la jarana, aunque se adivinara en él la turbación del buen hombre tranquilo nunca puesto en evidencia. Por fin tomó coraje y dió seis trancos que lo enfrentaron a la mocita de verde. Fué mirado insolentemente de pies a cabeza por la moza, que luego dió vuelta con silla, dejándolo a su espalda.