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Del galpón nos dirigimos a una carpa improvisada con las lonas de las parvas, donde nos tentó una hilera de botellas y misteriosas canastas, tapadas con coloreados pañuelos, que según nuestros cálculos debían esconder alfajores, pasteles, empanadas y tortas fritas.

Pedro interpeló al muchacho que se aburría entre tanta golosina con ojos hinchados de sueño:

—Pase un frasco compañero que se van a redamar de llenos y nosotros estamos vacidos.

—¿No serán ustedes los llenos?

—De viento, puede ser.

—Y de intenciones.

—No sé mamarme con eso, mozo.

—Ni quiere tampoco el patrón que naides se mame.

—¿Y los pasteles?

—Después que se hayan servido las señoras y las mozas.

—Jué'pucha concluyó Pedro usté nos ha resultao un chancho que no da tocino.

El guardián de las golosinas y los licores se rió y nos volvimos, con propósito de asearnos un poco, porque ya los guitarreros y acordeonistas preludiaban y no queríamos perder el baile.

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