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sirviendo de divirsión e la gente. Aquí naides nos va a ver y vah'acer lo que yo te mande.

—Cómo no, Don Segundo.

De los tientos de su encimera lo vi sacar el lazo.

Luego tomó mi bozal, revisó el cabestro que era fuerte y me ordenó que lo siguiera.

En la luz incierta de la madrugada llovedora, se dirigió hacia mi cebrunito haciendo la armada.

El petizo medio dormido no tuvo tiempo para escapar. El lazo se ciñó lo alto del cogote y Don Segundo, sin darse siquiera la pena de "echar a verijas", contuvo a su presa.

—Andá arrimando tu recao.

Cuando volví encontré ya a mi potrillo sujeto a un poste, por tres vueltas de cabestro y enriendado.

Con paciencia Don Segundo fué colocando bajeras, bastos y cincha. Cuando tiró del correón, el potrillo quiso debatirse pero era ya tarde. Los cojinillos completaron rápidamente la ensillada.

Asombrado miraba yo el dominio de aquel hombre, que trataba a mi petizo como a un cordero guacho.

Mientras apretaba el cinchón y desataba el cebrunito del poste trayéndolo al medio de la playa, Don Segundo me aleccionó:

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