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(XLI)

Gonz. Sí me precio, y te precias justamente.
De nuestra sangre la inclita corriente
desciende de la más noble montaña
de Asturias, venerada en toda España.
Nuestros abuelos fueron nobles godos,
todos leales, y guerreros todos.
Tu abuelo me crió: yo jóven era;
de su escuela aprendí la vez primera
el modo de empuñar la espada y lanza.
Tu padre, primo mío, y esperanza
de tu familia, fue mi compañero:
sábio en la paz, en la campaña fiero.
Seguile en diez batallas: á mi lado
murió de un dardo el pecho atravesado;
su sangre me bañó. Muriendo estaba,
quando con voz, que débil le faltaba,
me dixo: yo me muero; yá mi aliento
faltó, no mi valor; muero, y contento.
De mi muerte feliz me aplaudo ufano,
pues muero por mi patria y Soberano.
Mi cuna el campo fue, mi tumba sea;
sólo te pido que mi hija vea
en ti todo el cariño de mi pecho;
si tal prometes, muero satisfecho.
Esto dixo, y murió. Desde aquel punto
de mi cuidado ha sido digno asunto
tu bien. Pero si premias la ternura
con que crié tu joven hermosura,
te ruego no me ocultes las razones
de tu interior, cuidado y aflicciones.
Elv. De un secreto fatal turbada vivo.
Gonz. Desahoga conmigo el pecho altivo.

Elv.
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