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(XXXIV)

en la dulzura de tu pecho tierno.
Pues hijo me llamaron esos labios,
respondan con cariño á mis agravios.
Sí, madre, agravios grandes tú me hiciste
á mí, á tu hijo, sin delito, triste.
Por qué no me admitiste en tu presencia?
En qué pudo ofenderte mi inocencia?
Si alguna leve culpa he cometido,
por qué no me la dices? Con gemido
tristísimo y continuo, madre mia,
en ese corazón lo borraria:
merezca al menos.....
Cond. Ay! qué pecho fiero
se puede resistir? Sancho, te quiero:
Alzándole á sus brazos.
no dudes de mi amor. En tí, bien mío,
contemplo una virtud, admiro un brio
superior á tus años. En tí veo
(ó si será verdad, ó si deseo!)
de tu padre y mi esposo un fiel retrato,
tan dulce á mis sentidos y tan grato,
que adoro tu presencia. Ay! no; te pido
no creas que mi amor hayas perdido.
Los negocios de estado me llamaban;
de mí misma, y de tí me separaban;
y aun ahora me llaman, hijo mio:
no temas, aunque veas mi desvio.
Con Alek y tu ayo te retira.
Sanch. Obedezco, y salgamos.

SCE-