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(XXXII)

Llega felíz; y tú, Gonzalo amigo,
el cielo soberano me es testigo
del gozo que en tu trato he recibido
el tiempo que en Castilla yo he vivido.
Joven felíz, que al mando destinado
por ayo tan prudente estás criado...
D. Sanch. Alek !ó sabio Alek! Mi pecho siente
tan oculto dolor, y tan vehemente,
que ni explicarlo, ni sufrirlo puedo:
á su inmenso dolor por débil cedo.
Mi madre de su vista me separa.
Su vista, ay Cielo! su presencia cara
ha de faltar á tan rendido hijo!
Mientras mas lo contemplo, mas me aflijo.
Si vieras qual mi pecho, acostumbrado
á sus blandas caricias, se ha turbado
al ver que de su vista me desvia!
Ya para siempre se turbó la mía
con llanto inagotable.
Gonz. Si tú vieras
las duras quejas y amenazas fieras,
con que Don Sancho arguye, enardecido
con lo que le parece en mí descuido!
Dice que de su madre habrá llegado
a merecer la suerte de su enfado
por falta, que él sin culpa ha cometido,
y de que yo no le haya reprendido.
Sé las obligaciones con que vive
el que el empléo principal recibe
de maestro de un joven, que se cría
para mandar por sí la Monarquía.
Sé que un descuido, aunque parezca leve,

no