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(XXXI)

y con la turbación de mi semblante
conocerá tal vez el tierno infante
el riesgo en que le pone su fortuna.
Tu presencia será más oportuna.
Detenlo, no permitas que me vea
hasta que yo decida, y que mi idea
acabe de una vez de reducirme.
Alek. Señora, en la virtud mantente firme:
oye á tu corazón; su fortaleza
es voz con que te habló naturaleza.
Nunca miente, Señora, el pecho nuestro;
lo reƈto aprueba, y tacha lo siniestro.
No sofoques su luz con el nublado
que causa la pasion: el desdichado
que con lisonjas engañarse intenta,
su castigo en su daño experimenta.
Cond. A Dios, Alek.

SCENA III.

Alek. solo. El ente soberano
dirija tus ideas y tu mano.
O sér supremo!, cuya inmensa ciencia
demuestra de los hombres la demencia,
desnuda nuestros flacos corazones,
del cúmulo horroroso de pasiones
que nos convierte en fieras.

SCENA IV.
Alek, Don Sancho, Don Gonzalo, Guardias.
Alek. O García,

de Castilla esperanza y alegría!

Lle-
E