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(XXV)

hasta llegar al fin de tu frontera;
ó toma aqueste acero, con que muera
Sancho. No digo más. Condesa, advierte
que mi ausencia decretas, ó su muerte.

SCENA IV.

Cond. Qué es esto, cielos! Qué fatal confliƈto!
Cada mano cargada de un delito,
y el débil pecho a cada cual propenso,
mirando á la virtud, queda suspenso!
En tanta confusión, en duda tanta,
lo que más me complace, más me espanta....
Pero qué digo? El pecho acongojado
no caiga bajo el peso del cuidado.
No con vanas fantasmas de terrores
han de dudar las almas superiores.
En su ignorancia temblará la plebe:
el noble pecho más vigor se debe.
Sí: vamos. Pero dónde? Yo lo ignoro:
a mi hijo quiero, y a mi amante adoro.
Pero mi amante una maldad me pide;
merece por su crimen que le olvide.
Pero mi hijo me priva de un amante;
debe ser inmolado el tierno infante.
Seré, si mató á Sancho, madre impía;
si se ausenta Almanzor, ay triste día!
Qué pocos seguirán tu luz, ingrata!
Mas, ¿qué interior impulso me arrebata?
Sí, ya siento de madre la terneza;
yá me habla al pecho la naturaleza.
Ay, Sancho! Vive; sí, vive, y la suerte
dexe á tu madre que consiga verte

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