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(XVI)

 un alma fuerte, que ahogar supiera
de una indigna pasión el fuego aleve,
y que quisiera a un tiempo lo que debe.
Elv. Cedes al Moro acaso?
Cond. Cielo santo!
Teme mi corazón delito tanto;
pero no obstante, en mi virtud no fío:
dudo entre el hijo y el amante mío;
qualquiera de los, dos que yo despida,
una mitad fallece de mi vida.
No me dejes en tantas confusiones,
mezcladas de delirios y razones;
escarmienta en mi pecho combatido.
A ninguno el amor ha parecido
más suave, más ameno y más gustoso
en el principio amable y engañoso;
y a ninguno ha causado tal tormento,
como en su curso infausto experimento.
Yo pensé que su imperio me sería
blando sin su rigor, ni
y al ligarme sus rígidas cadenas,
cargada me miré de susto y penas.
Huye, Elvira, de amor. ¡Ay! ¡Joven eres!
Mira que en sus pesares y placeres
la pena siempre fue mayor que el gusto:
ligero el bien, y continuado el susto.


ACTO SEGUNDO.

SCENA PRIMERA.

Alek, y Almanzor.

Alm. Como te dixe, a la Condesa viste?

Di