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MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

de que se parte dando á los sucesos color aparente como el de las montañas que de lejos se miran.

Ya sabemos con certeza que no fué un monstruo Lucrecia Borja, ni Luis XIV de Francia un sol, ni Felipe II de España un diablo; vamos viendo más claro á medida que esos laboriosos rebuscadores descartan razonablemente de la historia la fábula y la conseja confundidas con ella, ó separan el velo con que el interés apasionado la cubría; mas esto se alcanza por resultante dinámica, que no todos marchan al mismo paso ni por camino derecho al fin anheloso de la humanidad.

Así no es maravilla que al rehacer la historia de los príncipes de Condé, que al fin es historia particular de su casa, se aparte el actual duque de Aumale de la senda con que brindaban á sus dotes relevantes de escritor las etapas de tiempo en tiempo establecidas por los de Bélgica y Holanda, sin hablar de los nuestros, arriesgando en la más escabrosa el tropiezo á que podía conducirle una sola guía prevenida.

Aquí, en España, pensábamos que la batalla de Rocroy había encontrado historiador definitivo en el autor del estudio titulado Del principio y fin que tuvo la supremacía militar de los españoles en Europa [1], estudio, que por la ocasión y circunstancias de raro vagar del engendro, en autoridad de cosa juzgada, pasa, en cualquier concepto, por una de las más gallardas y acabadas producciones de su ingenio. Pensábamos también que más allá de las fronteras fuera conocido de los que, como el duque de Aumale, siguen de cerca el movimiento general de las letras, y de no equivocarnos dan indicio ciertos textos citados en La primera campaña de Condé al objeto y en el lugar mismo que en aquel se asientan. Sin embargo, ni lo menciona para nada la novísima relación francesa, ni menos discute ó contradice lo que no se ajusta al criterio con que ha sido formada, levantando otra vez, en consecuencia, errores demostrados y caidos.

Entre ellos, con brevísima expresión, maltrata la memoria de don Francisco Fernández de la Cueva, octavo duque de Alburquerque, general de la caballería española, en lo que más se afectan el concepto y la honra militar, dando por averiguado que el duque desapareció del campo de batalla en el primer momento de ella, escapando á uña de caballo, cuando en realidad de verdad consta que procedió allí como quien era, acaso con impericia ó inexperiencia táctica del arma que empezaba á dirigir; mas, sin género de duda, con temeridad y desprecio de la vida.

  1. D. Antonio Cánovas del Castillo

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