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D. FRANCISCO FERNÁNDEZ DE LA CUEVA

cuando «emparejó con su carroza otra de damas. Llamó una de ellas al duque, y con esto los dos se apearon y se dispusieron á hablar en los estribos: fueron luego acometidos de tres: uno cayó con el de Alburquerque y dos con el de Oropesa. El de Alburquerque derribó al suyo en tierra de una estocada, aunque no se sabe le hiriese por venir armado. Al de Oropesa le dieron una estocada..... [1]»

Ardía entonces más viva que nunca la guerra en Flandes contra franceses y holandeses, que simultánea ó alternativamente, y con fuerzas más numerosas que las nuestras, atacaban aquellas lejanas provincias, «donde tan escasos socorros podía enviar España á la sazón, y donde había sido tan difícil enviarlos siempre, que el poner un solo soldado ó sea una sola pira en Flandes, quedó por refrán en nuestra lengua para significar alguna casi imposibilidad vencida [2]»

En tan críticos momentos y apuradas circunstancias, el duque de Alburquerque ofreció á S. M. ir donde le mandare [3]. El Rey, conociendo sus vehementes deseos de adquirir fama y conquistar laureles, le envió á Flandes, teatro el más apropiado á su belicoso anhelo. No podía ser otra, en verdad, la nobilísima aspiración del propietario de un título esclarecido, de un pingüe y valioso mayorazgo, de una de las más poderosas y opulentas casas de Castilla. Loable determinación y plausible energía argüiría en tan arriesgado peligro análoga resolución en un hidalgo arruinado, en un labrador empobrecido, en un estudiante aventurero; pero en un acaudalado magnate, en la flor de su juventud, á quien las delicias y placeres de una corte fastuosa, la suntuosidad y magnificencia de sus propios palacios y castillos, la adulación y respeto de sus servidores, colonos y protegidos, y la vida muelle y placentera brindaban por do quiera, ¿no revela claramente un espíritu esforzado y valeroso?

Comenzó en Flandes sirviendo con una pica, y pronto se conquistó de aquel sufrido y valiente ejército, el primero entonces del mundo, la general simpatía por su bravura, caballerosidad y afecto á los soldados. De grado en grado, y merced á sus excelentes dotes militares, ascendió al codiciado cargo de maestro de campo de un tercio de infantería española, que vistió á su costa.

En la importante y sangrienta batalla de Chatelet, tan gloriosa para nuestras armas, ganada á los franceses el 26 de Mayo de 1642, justificó

  1. Mem. hist. esp. — Tomo XV, pág. 293.
  2. Cánovas del Castillo: Del principio y fin que tuvo la supremacía militar de los españoles en Europa.
  3. Mem. hist. esp — Tomo XV, Agosto de 1639.
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