pero sin hallar causa justa de impedir más tiempo la expedición, habiendo hecho escritura el referido Teniente Juan Guerra y su mujer doña Ana de Mendoza de reponer ochenta hombres armados.
Al cabo de dos años y medio de espera se puso al fin en marcha el campo hacia el río Conchas, llevando 80 carretas cargadas, sin la recua de muías, yeguas, caballos, ganado vacuno, lanar y de cerda; las familias de los soldados y artesanos pobladores, en convoy que se extendía más de una legua.
El paso del río ofreció la primera dificultad, por ser muy malo el vado; mas se venció haciendo puente sobre las ruedas y ejes de las carretas. Del mismo modo pasaron el río San Pedro, en cuya orilla se unieron al campo seis misioneros y cinco legos, de que iba por Comisario y superior Fr. Alonso Martínez.
Acabando allí las tierras conocidas, salió á explorar el sargento mayor con tres pilotos, buscando camino practicable hasta el río Bravo ó del Norte, trepando sierras y riscos con mil trabajos. Aunque lograron cojer por sorpresa unos indios y con la punta de una flecha marcaron en el suelo el itinerario, era tan áspero el terreno aveces y otras de tan triste desierto, que sin dar con sitio por donde pudieran pasar las carretas, se vieron afligidos por el hambre, y hubieran perecido, después que se comieron los caballos, á no haberles enviado socorro, vista su tardanza.
Puede por esto calcularse el sufrimiento de las mujeres y de los niños cuando atravesaron estos lugares llorando por una gota de agua que beber. Guando avistaron el suspirado río Bravo, no hubo medio de contener el ganado, que se arrojó á la orilla, reventando de ahitos muchos animales.
El regocijo de los expedicionarios se aumentó con el recibimiento amistoso de los indios, que indicaron un buen vado por donde pasar el río, mas antes quiso el General que se dieran las gracias á Dios del hallazgo: hízose una capilla de enramada donde se cantó Misa solemne, con sermón; hubo después baile y torneo y se representó una comedia compuesta por el Capitán Farfán, cuyo argumento era la bienvenida que la Nueva Méjico hacía á la Iglesia de Jesucristo. Por complemento de la fiesta, arbolada la Cruz y el estandarte real, tocando los clarines, se hizo acto de posesión, levantando testimonio el escribano de S. M. y Secretario de la jornada Juan Pérez de Donís, el día de la Ascensión del Señor, 30 de Abril del año 1598 [1].
- ↑ En el libro se inserta á la letra el testimonio; folios 120 á 132.