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MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

haberlos dado ó prestado, que es error irreparable contra el crédito de un caballero pedir lo una vez dado, y no es tan grave el error de desacertar como el de persistir con mengua en el desacierto, que si el pretexto (como su señoría dijo) era desengañarse, pudieron, viéndome favorecido contra su indigna indignación, contentarse con el desengaño que sin examinar prudente la sustancia, concibió por la apariencia; pero él tenía al dinero; pagóse al fin, y yo quedé, si desobligado para siempre, más admirado que nunca.

»Señor: dígame independiente V. E. ¿qué gloria sería para mí engañar al Conde en una tan ratera cantidad, ó á qué fin (si como dijeron me iba á ser cosario) quería despertar las asechanzas de aquel que me prestaba dineros para distinto viaje? Aquí, sin poderme contener, es precisa una exclamación. Plega á la sangre de Cristo que su infinito precio sea para mi condenación, si no tenía apalabrado coche para ir á embarcarme en Dovar el día siguiente al arresto; pero creía el Conde á sabandijas (que no creen) y con la bondad y sencillez que se gobierna no conocía que hay hombres con tabiques y compartimientos en el ánimo, que desmintiendo el ser se trasforman en laberintos de carne y sangre, y abjurando de racionales, se hacen brutos. No extrañe V. E. en mi modo de sentir el término de hablar, que en pecho ofendido, cada sinrazón son muchas bocas.

»Soy disculpable, si con espacio y sufrimiento procuré del veneno de las injurias hacer triaca (no hallando otra medicina) para curar mis mortales accidentes. Viéndome, pues, desafuciado en el crítico término de cuarenta meses, sin tener en un abismo de necesidades á qué volver los ojos; empeñadas todas mis alhajas y ropas de vestir exteriores y aun interiores; gravado de otras deudas contraidas para alimentar la penosa vida tan parcamente, que parece me ensayaba para anacoreta; cerradas las veredas del remedio en lo humano, pues no lo era cansar á un Rey extraño pidiendo cada día ayudas de costa, sobre haberme dado S. M. británica (en cuatro meses) mil y setecientos reales de á ocho; quinientos la primera, por mano del Conde de Arlington; ciento la segunda, por la misma; ciento la tercera, por la del Conde de Salisbury, gran Canciller, y un mil la cuarta y última, por oficiales reales de la Corte.

»Rozar los amigos tampoco era razón, debiendo á D. Enrique Slingesby 250 patacones (que pagó el Conde de Molina, cuando por esta cantidad me hizo restar y arrestar) con más las costas, y otros 50 reales de á ocho que antes me había prestado este caballero. A D. Pedro Coleton no podía ocurrir, porque fuera de deberle cincuenta pesos, estaba ausente.