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es la gratitud de usted. No me da las gracias de la felicidad que me debe.

— Dar las gracias! No es a usted a quien debo agradecer esa comida, si es que hay que agradecerla.

A quién, pues?

—A Chaverny, que ha sido capitán con nosotros. Habrá dicho a su mujer: Invita a Perrin, es un tipo curioso. ¿Cómo quiere usted que una mujer bonita, a quien no he visto más que una vez, piense en invitar a un viejo... como yo?

Châteaufort sonrió mirándose en el espejo, muy estrecho, que decoraba la habitación del comandante.

—No está usted hoy perspicaz, papá Perrin.

Vuelva usted a leer esa carta y encontrará seguramente algo que no ha visto.

El comandante dió vuelta a la carta por uno y otro lado y nada vió.

—¡Cómo, viejo dragón! ¿No ve usted que ella le invita para complacerme, sólo para probarme que le interesan mis amigos... que quiere darme la prueba... de...?

—¿De qué?—interrumpió Perrin.

—De... usted sabe bien de qué.

De que le ama?—preguntó el comandante con aire de duda.

Châteaufort silbó sin responder.

—¿Está, pues, enamorada de usted?

Châteaufort continuaba silbando.

—Se lo ha dicho ella a usted?