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desorden tan favorable a la belleza. La encontraba "incitante".

—Es verdaderamente una mujer muy guapapensaba.

Permanecía en pie, inmóvil, delante de ella, sin decir una palabra y con la palmatoria en la mano.

Julia, también de pie frente a él, estrujaba su gorro de dormir y parecía esperar con impaciencia que la dejara sola.

—Estás preciosa esta noche, te lo aseguro!exclamó al fin Chaverny avanzando un poco y colocando la palmatoria—. ¡Cómo me gustan las mujeres con el pelo en desorden!

Y hablando de esta suerte, cogió con una mano las largas trenzas que cubrían los hombros de Julia y casi le pasó tiernamente un brazo alrededor de la cintura.

—¡Ay, Dios mío! ¡Hueles a tabaco de un modo horrible!—exclamó Julia volviéndose—. Deja mi pelo; vas a impregnarlo de ese olor y no podré quitármelo ya de encima.

—Bah, dices eso por capricho y porque sabes que fumo algunas veces. No te hagas tanto de rogar, mujer.

No pudo ella libertarse de sus brazos lo bastante de prisa, para evitar un beso que le dió en el hombro.

Por fortuna para Julia, entró su doncella; pues nada hay tan odioso para una mujer, como esas caricias, que es casi tan ridículo rechazar como aceptar.