con ganas de hablar, prosiguió al cabo de dos minutos:
—He comido hoy muy bien; pero tengo que decirte que el champagne de tu madre es demasiado dulce.
—¿Cómo?—preguntó Julia volviendo hacia él la cabeza con mucho abandono y fingiendo no haber oído.
—Decía que el champagne de tu madre es demasiado dulce. Se me ha pasado decírselo. Es asombroso, pero se cree que es fácil elegir el champagne. Y no hay nada más difícil. Hay veinte clases de champagne que son malas, y no hay más que una buena.
—¡Ah!
Y Julia, después de haber concedido esta interjección a la cortesía, volvió la cabeza y miró por la ventanilla de su lado. Chaverny se echó hacia atrás y puso los pies en el asiento delantero del coche, algo mortificado de que su mujer se mostrase tan insensible a todos sus esfuerzos por entablar conversación.
Con todo, después de haber bostezado otras dos o tres veces, continuó acercándose a Julia.
—Ese traje te sienta maravillosamente, Julia.
Dónde lo has comprado?
—Quiere, sin duda, comprar otro igual a su querida—pensó Julia—. En casa de Burty—respondió sonriendo ligeramente.
—¿Por qué te ríes?—respondió Chaverny, quitando sus pies del asiento y acercándose más.