lo dominante la tentadora «farra» con los amigotes.
Sin embargo, al salir muy recatadamente, para evitar las posibles inútiles objeciones de mamita, oí un siseo que partía de su ventana, allí, en la casa de enfrente.
Sabiendo mi llegada, Teresa me aguardaba á la reja, segura de que iría á conversar con ella ó temerosa de que no la recordara—caben ambas interpretaciones en el determinismo femenil.
Al sentirla allí, súbitamente despertados mis instintos novelescos, vuelto á la vida de antes, corrí á la ventana á saludar en ella toda la poesía erótico-sentimental que encarnaba para mí. Á mis transportes, al propio tiempo ingenuos y perversos, respondió la niña con una emoción intensa y contagiosa. Su pobre alma se enajenaba más con los sentimientos que con las pasiones, mientras yo, como un actor, me entusiasmaba con el papel que las circunstancias me distribuían, pronto á ser Otelo ó Marco-Antonio, Don Juan ó Marsilla. La dije—y en aquel momento yo mismo lo creía,—que había vuelto á Los Sunchos, despreciando los esplendores de la ciudad, sólo porque no podía vivir lejos de ella.
Y tanto efecto le produjo este eterno y tonto estribillo, que asomando la carita morena entre dos barrotes de hierro, me tendió como una flor los labios frescos y rojos, para darme el primer beso.
XI
Como mi fiebre de acción no me permitía quedarme allí, platónicamente, observé á Teresa que podrían sorprendernos y que no quería enojar más á tatita, para quien estaba en cama