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Comprendiendo á medias, contesté, no sin cierto orgullo:

—Era monitor.

—¡Ah!— exclamó don Néstor, divertidísimo. —¿Conque, monitor? ¡está bueno! ¡está bueno! Ser monitor no es moco de pavo, pero...

Tatita corrió en mi auxilio diciendo socarronamente:

—La verdad... La verdad es que no sabe muy mucho; pero, hay que considerar... hay que considerar lo brutos que son los maestros de campaña... Y el tal don Lucas de Los Sunchos es tan mulita que no sirve ni para «rejuntar» leña... ¡Vaya, don Néstor, no se haga el malo y no me lo abatate al chico... ya sabe que en el camino se hacen bueyes...! ¡Y usted, doctor —dirigiéndose á Orlandi,— dé un «arrempujoncito», pues hombre!

Esto fué dicho con tal jovialidad bonachona que todos se echaron á reir; todos menos, naturalmente, doña Gertrudis, que no conseguía llegar á mostrarse amable ni aun para adular á tatita.

—Tien l'aspetto mucho inteliguente— sentenció el doctor, examinándome con sus ojillos escrutadores. —Y los cóvenes creollos aprenden muy fáchile.

—Eso es verdad— asintió don Néstor. —Nuestra muchachada es viva como la luz. En cuanto á éste, ya se despertará en el Colegio. Si para admitir á los que vienen del campo exigiéramos que se presentaran al examen de ingreso como unos Picos de la Mirándola, el Colegio quedaría monopolizado por la ciudad. Por eso el examen es, á veces, una mera formalidad, casi un simulacro... Podemos hacer esta concesión, confiando en nuestro excelente plan de estudios y en el saber de nuestros profesores. Sí, amiguito; el Colegio Nacional no es la