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pero á costa de grandes sacrificios, porque no ostentaban esa patente de sabiduría que todo el mundo acata. Pero, en fin, aunque no llegaras á ser doctor, siempre habrías ganado, en la ciudad, buenas cuñas para los momentos difíciles y para el ascenso deseado, conociendo y conquistándote á los que tienen la sartén por el mango y pueden «hacerte cancha» cuando estés en edad.

La resolución de mi padre me dió un gran disgusto, pues preví que cualquiera cosa nueva sería peor que la vida de holganza y libertad á que estaba acostumbrado. Me opuse, pues, con toda mi alma, protesté, hasta lloré, tiernamente secundado por mamita, que no quería separarse de mí, y para quien mi ausencia equivalía á la muerte, siendo yo el único lazo que la ligaba á la tierra. Mi resistencia, airada ó afligida, según el momento, fué tan inútil como las súplicas maternas: tatita no cedió esta vez, tan profundamente lo había convencido don Inginio, entre otras cosas con el ejemplo de Vázquez, fletado meses antes á la ciudad, aunque su familia no tuviese los medios de la nuestra.

—Mire, misia María—dijo irónicamente mi padre á mamá, que insistía en tenerme á su lado.—Deje que el mocoso se haga hombre. Prendido á la pretina de sus polleras, no servirá nunca para nada.

Mi madre calló y se limitó á seguir llorando en los rincones, de antiguo sometida sin réplica á la voluntad de su marido. Rogó y consiguió, tan sólo, que se me pusiese en una casa cristiana, donde no hubiera malos ejemplos, perdición de los jóvenes, juzgándome, en su candor, tan blanco é inocente como el cordero pascual. Yo, entretanto, fuí á desahogar mi dolor en el seno amante de Teresa.