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blo que, ya mayorcitos, habían ensanchado, como yo, el teatro de sus diversiones, refinando y complicando también los elementos de éstas. Pero cada vez me sentía menos interesado por mis camaradas. Más precoz que casi todos ellos, atraíanme los hombres hechos y derechos, cuyos placeres me parecían más intensos y picantes, más dignos de mí, y por esto se me veía continuamente en los cafés, donde se jugaba á los naipes, en el reñidero, en las canchas, en todos los puntos de alegre reunión, donde si no se me recibía con regocijo, tampoco se me demostraba enfado ni desdén.

Pero esta agradable vida y mis inocentes amores se interrumpieron á un tiempo, de allí á poco. Tatita, inspirado por don Inginio, según supe después—y aquí comienza la realización de los misteriosos proyectos de éste,—declaró un día que la enseñanza de don Lucas era demasiado rudimentaria para prepararme al porvenir que me estaba deparado, y que había resuelto hacerme ingresar en el Colegio Nacional de la capital de la provincia, antesala de la Facultad de Derecho, á la que me destinaba, ambicionando verme un día doctor, quizá ministro, gobernador, presidente... Recuerdo que, al comunicarme su decisión, lo hizo, agregando juiciosas consideraciones:

—El saber no ocupa lugar. Pero no es eso sólo. En la ciudad te relacionarás muy bien, gracias á mis amigos y correligionarios, y una relación importante, una alta protección, valen más en la vida que todos los méritos posibles. También, sepas ó no sepas, el título de doctor ha de servirte de mucho. Ese título es, en nuestro país, una llave que abre todas las puertas, sobre todo en la carrera política, donde es imprescindible, cuando se quiere llegar muy lejos y muy alto. Algunos han subido sin tenerlo,