curo y sucio de las hojas. La niña recibió el regalo con regocijo y se empeñó en que le contara dónde y cómo había hecho la hermosa cosecha. En el lenguaje tosco é impreciso que era entonces mi único medio de expresión, relaté la aventura, el descenso hasta la mitad de la Barranca de los Loros, valiéndome de una cuerda atada á un árbol al borde del abismo, los chillidos alborotados y furiosos de los loros al creerse atacados, las oscilaciones de la cuerda en el vacío, mientras arrancaba la fruta y la metía en los bolsillos, el dolor de las manos quemadas por el roce violento, la dificultad de la ascensión final, cuando hubiera sido tan fácil, si la cuerda alcanzara, bajar hasta el arroyo que corría á diez metros de mis pies... Teresa, maravillada, me acosaba á preguntas, obligándome á completar el relato con minuciosos detalles, muchos de ellos inventados ó evocados de mis lecturas, para dar más realce á la proeza. Los ojos le brillaban de entusiasmo. Sus labios, algo gruesos y tan rojos, sonreían con expresión admirativa, y, al propio tiempo, angustiada, y sus mejillas se coloraban y empalidecían alternativamente. Cuando terminé:
—¡Muchaz graciaz!—murmuró.—¡Zos muy valiente!
Y se puso encarnada como una flor de seibo, mientras bajaba la vista para mirar las frutitas que sostenía con ambas manos en el delantal.
Pensé que la situación había cambiado radicalmente; pero no me atreví á utilizar sus ventajas, ó no encontré el medio de aprovecharlas. Limitéme á decir que aquello no tenía importancia, que cualquiera hubiese hecho lo mismo, que estaba pronto á todo por complacerla... Me dió, en premio, un ramito de jaz-