Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/41

Esta página ha sido corregida
— 33 —

las inflexiones largas y cantantes de la voz. Era, en suma, una criollita poco excepcional, pero en Los Sunchos hubiera obtenido el primer premio, á estilarse allí los concursos de belleza. Siempre á una ventana del viejo caserón que, rodeado de árboles, daba frente á casa en la calle de la Constitución, Teresa, que fué mi compañera en la primera infancia, me seguía infatigablemente con los ojos en mis continuas idas y venidas, sin que yo parara mientes en aquel interés, ni tratara de investigar sus causas. Pero cuando sentí las iniciales aspiraciones amorosas y comencé á soñar en la mujer ideal, el instinto me llevó á fijar la vista en ella, como en la posible realización de mi deseo poético de conquistar el primer perfume de una flor de invernáculo, ó por lo menos de jardín cultivado y custodiado. Aquel «hortus conclusus» llegó, en fin, á detener mi atención y á despertar en mí un sentimiento exteriormente parecido al amor; amor cerebral, apenas, primer despertamiento de la imaginación en consorcio con los sentidos, como lo prueba la forma en que me di cuenta de que lo experimentaba...

Era una noche, tarde ya, y mientras todos dormían en casa, yo leía con entusiasmo la Mademoiselle de Maupin, de Teófilo Gautier; como á Paolo y Francesca los amores de Lancelotto, aquel libro sensual me produjo extraordinario y repentino vértigo. La sugestión surgió, imperativa, y, como si se iluminara de golpe mi cerebro, vi rodeada de un nimbo la imagen de Teresa, tal como nunca se había presentado á mis ojos ni á mi imaginación, hermosa, provocativa, con un encanto nuevo y fascinador. Tan poderoso fué este choque recibido por mi espíritu, que—cual si se tratara de una cita convenida de antemano,—salté de la cama con arrebato infantil, me vestí á toda prisa, y sinaventuras.—3