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lante al más pintado y de arrostrar cualquier peligro, por grave que fuese; porque tenía una libertad de palabra demostrativa de la más plena confianza en sí mismo; porque montaba á caballo como un centauro y realizaba sin aparente esfuerzo los ejercicios camperos más difíciles, las hazañas gauchescas más brillantes, sea trabajando con el ganado en alguna estancia amiga, sea en las boleadas de avestruces, ó en las carreras, en el juego del pato, en las domadas; porque se distinguía en la taba, el truco, la carambola, el casín, el choclón y la treinta y una, amén de otros juegos de azar y de destreza, y porque criaba los mejores gallos de riña del departamento en una serie de cajones puestos en fila, en el patio de casa, frente á mi cuarto; porque, gracias á él, con quien nadie se atrevió nunca, yo podía atreverme impunemente con cualquiera. En suma, era para mí un dechado de perfecciones, y yo me sentía demasiado orgulloso de él, demasiado satisfecho de su protección directa é indirecta para que este orgullo y esta satisfacción no se tradujeran en un gran cariño y en una veneración sui generis, semejante al afecto admirativo hacia el camarada más fuerte, más apto y más poderoso, que accede, sin embargo, bondadosamente á todos nuestros caprichos.

Como más de una vez, siendo yo muy niño aún, me llevó á las carreras, las riñas y otras diversiones públicas, y como nunca tomaba á mal mi presencia en aquellos sitios—ni á bien tampoco, porque siempre hizo como que no me veía,—pronto me aficioné y acostumbré á correr también, la caravana, y no tardé en conocer todos los rincones más ó menos misteriosos de Los Sunchos, trinquetes, casas de baile y demás. En cambio, me faltaba tiempo para frecuentar la escuela, pese á mi cargo inamo-