mi bestia negra, pero no le envidio ninguno de sus triunfos, aunque me alegre de alguna de sus derrotas... sin quererlo mal, por eso.
—Un ministerio nacional... Pues una legación es todavía más fácil de conseguir. Todo es cosa de saber aprovechar la circunstancia para pedirla. ¡Y la aprovecharé, como hay Dios! Acababa de pensar esto, cuando me anunciaron una visita, pasándome un pedazo de cartón, ajado y sucio:
MIGUEL DE LA ESPADA PERIODISTA Lo hice entrar, y desde la puerta me dijo:
—No viene á verte de la Espada, sino del Sable. Hace dos meses que estoy muriéndome de hambre en la capital, y he venido á verte cincuenta veces, por lo menos. ¡Así está mi última tarjeta, Mauricio! Y viendo que su entrada en materia no me hacía maldita la gracia, cambió inmediatamente de tono, y añadió:
—Los años pasan trayendo para unos felicidades, para otros desdichas. Yo no he sabido conducirme, y ahora, que envejezco, me encuentro más abajo que el betún, precisamente, por falta de conducta. No acuso á nadie de ingratitud, sino á mí mismo de insensatez. He servido á muchos, pero por la dádiva, como las mujerzuelas que no recuerdan después á quiénes quisieron... Hoy me hallo en la derrota, porque, como dijo tan amargamente mi paisano Calderón en circunstancias no menos trágicas «el traidor no es menester, siendo la traición pasada».
Su cara me decía su historia de decepciones, pobre vocero de todas las pasiones y todos los caprichos, juguete de los hombres, más