Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/357

Esta página no ha sido corregida
— 349 —

no era aquél el momento de pedirle una confesión sincera.

—¿Qué me dice de todo esto, doctor?—le pregunté, sin embargo, estrechándole la mano.

—Que la revolución está vencida, nada más.

Es una revolución inerte...

Pero sus ojos negros se perdían, mirando en lo futuro quién sabe qué ostracismos, y en su cara pálida, de un tono amarillento, encuadrada por la barba castaño obscuro y el abundante cabello lacio de músico, había una expresión ascética de angustia aceptada. ¿Veíase ya, en lo porvenir, chivo emisario de todos los pecados de aquel fugaz momento histórico? Después de mí, aquél era el personaje que más simpatía me inspiraba; pero dominé mi sentimentalismo, y dejé en mi interior toda manifestación comprometedora, pensando: Si tú también ves las cosas tan mal paradas, hijito, ¿qué quieres que le haga yo? No puedo ser más papista que el Papa...

Mi estudiada mesura en aquellas circunstancias me condujo adonde debía conducirme. El Presidente estaba demasiado obcecado para ocuparse de mí sino como yo quería: hasta saber que yo no lo había abandonado, nada más. Los seguros de triunfar me encontraban demasiado tibio para enredarme en sus ensueños... Los temerosos de la derrota me veían demasiado partidario de la situación para invitarme á buscar otra cosa... Los sensatos pensaban, probablemente, como yo... De modo que fuí una entidad al propio tiempo apreciable y desdeñable para todos: que era lo que se quería demostrar.

Volví todos los días á presentarme al Presidente, hasta que la revolución, viéndose vencida, capituló. Entonces, me retiré á mi casa.