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Rozsahegy. Tengo talento ó, lo que quizá sea preferible, el don de saber vivir. La cuestión es no destruirse á los treinta y cinco años.

Este período ha sido un gran gastador de jóvenes.

Todavía puedo ser un hombre nuevo, y muchos de nuestros próceres no habían despuntado aún á los cuarenta años. ¿Quién me dice?...

Pero quise cerrar con broche de oro este largo capítulo de mi vida, mostrándome fiel, si no á mis principios, á mis amistades y vinculaciones, y en cuanto estalló la revolución fuí de los primeros en rodear al Presidente, mientras que los sublevados, contemporizadores, se encerraban en la plaza del Parque y formaban cantones en los alrededores, dedicándose á matar vigilantes para satisfacer una necesidad de venganza contra la autoridad ó sus símbolos.

—Es un motín militar—me dijo el Presidente, dándome un instante de atención, en medio de la turba azorada de palaciegos que le rodeaba.—Pero el ejército fiel no tardará en reducir á los revoltosos.

—Es mi convicción—dije.—Y si puedo ser útil en algo... Ya sabe usted que se debe contar conmigo.

—¡Gracias! ¡Ya sé, ya sé!...

Otros lo rodeaban, acaparando su atención, y mareándolo por completo. Él veía la montaña que se le venía encima, pero demostraba entereza y confianza. No era el pusilánime que sus enemigos han querido presentar: iluso, sí, como lo probaron más tarde las circunstancias, dando razón á mi suegro; pero quizá no hubiera sido tan iluso, si aquéllos que lo rodeaban hubiesen tenido un poco más de sentido común y un poco menos de adulonería. En suma, los dados estaban tirados, y era preciso mostrarse buen jugador, sin cobardías ni desplantes.