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—Hacer trasladar toda tu deuda al Banco garantido de tu provincia.

—Sí.

—¿Á cuánto asciende?

—Con algunos intereses acumulados, ya le dije, á cerca de un millón de pesos.

—¿Con tu sola firma?

—La mayor parte. Hay unos doscientos cincuenta mil pesos, cuyas letras no he firmado yo. Pero se sabe...

—Eso no importa. Déjese estar. No se apure.

No haga caso de nada. Sobre todo, no venda...

Ahora viene el temporal y hay que tener mucha sangre fría, mucha...

—¿Usted también cree en la revolución?—dije, irónico.

Me miró con aire socarrón, sonriéndole los ojillos de cerdo.

—Yo más que nadie—contestó.—Esto no puede seguir así.

Comprendí que sabía más de lo que quería decir, y traté de sondarlo.

—Estoy seguro de que hasta ha dado dinero...

—¡Ésas son cuentas mías!—exclamó riendo más que antes.—La verdad es que cualquier cosa, ¿entiende? cualquier cosa es mejor que prolongar esta situación. Hay que liquidar. Esto es un loquero sin nombre; ya no hay desatino que no se haga, y se ha tocado demasiado á lo hondo el bolsillo de la gente.

—La revolución no triunfará. No hará más que consolidar el Gobierno.

—Puede que no triunfe. Hasta es casi seguro, porque la harán gentes muy distintas. Pero el Gobierno no podrá consolidarse, sino en calidad de Gobierno; es decir, quedando como es, pero variando de hombres y de procederes.

—¡Qué curioso!