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no llegaron nunca al poder, los transitorios se hicieron sospechosos y no obtuvieron más que migajas, y los amigos del Presidente que se comprometieron demasiado tuvieron que vivir largos años metidos en un rincón, esperando á que los olvidaran! Como es de presumir dados sus antecedentes, Vázquez fué, en nuestra provincia, uno de los primeros que se plegaron á la oposición. Como yo le pidiera sus razones en uno de sus viajes á Buenos Aires, me las explicó candorosamente así:

—La política del Presidente es demasiado exclusivista y tiene el defecto capital de no contentar á nadie sino á los pocos que lo rodean en la intimidad y que no son hombres de grandes miras. Están matando la gallina de los huevos de oro. La locura de la especulación que hoy embriaga á tantos, pasará necesariamente, porque se edifica sobre arena; y, al primer desastre, todo el mundo se volverá contra el iluso que lo provoca, más por ceguera que por maldad...

Y esto no puede durar mucho...

—¡Vaya un sociólogo!—pensé.—¡Más sabe mi suegro Rozsahegy que todos estos doctorcitos juntos! Y en voz alta repliqué á Vázquez:

—Puede que tengas razón, pero yo no la veo.

Digan lo que digan, el país progresa maravillosamente, y eso se debe al Gobierno actual.

¿Que tropezamos con dificultades? Siempre las hubo, y deberíamos trabajar por vencerlas, no por agravarlas complicándolas, como hacen ustedes.

Pedro se encogió de hombros.

—¡Comprendería tu ceguera si tuvieses un puesto inamovible!—dijo con ironía.

¡Un puesto inamovible! ¡Qué rayo de luz! Eso era, precisamente, lo que me convendría