No quise decirle que mamita era taciturna, melancólica, mística, aunque muy buena y muy tolerante. Por el contrario, apoyé sus conjeturas, viendo que mentalmente, sin querer confesarlo quizá, hacía comparaciones entre su madre y la mía, y que esto me daba una nueva é inesperada superioridad sobre ella.
—Sí, queridita: mi pobre vieja es tal y como te la imaginas. ¡Lástima que no haya podido asistir á nuestro casamiento! De seguro que, apenas te viera, te querría á ti más que á mí, si es posible.
—¡Oh! ¡eso no! Pero iremos á verla, ¿quieres?
—En cuanto sea posible... El verano próximo.
El viaje es largo y molesto.
—¡Eso no importa! ¡hay que ir! Mes y medio delicioso pasamos en aquella ciudad encantadora, en que apenas conocíamos unas cuantas personas que nos dejaban discretamente la más amplia libertad. Al cabo de este tiempo, comencé á encontrar algo monótono nuestro continuo «tête-á-tête», y á echar de menos el movimiento y la acción de Buenos Aires.
Leí con más atención los periódicos, escribí y recibí cartas, y me dije que el momento era llegado de reanudar la vida activa, porque todas las noticias venían á alarmarme. Eulalia intentó una ligera oposición:
—¡Estamos tan bien aquí! Tiempo tendrás de dedicarte á los otros. Ahora te quiero todo mío, segura de que me descuidarás en cuanto estemos en Buenos Aires.
Pero se convenció de que era preciso regresar en cuanto le describí la situación como yo la veía. Los opositores agitaban el pueblo sin tregua ni descanso; el combate arreciaba en toda la línea; el Presidente de la República tenía necesidad hasta de sus amigos más insignificantes