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resultados en esta empresa. Se le veía en todas partes, en los salones, á la cabecera de los moribundos ilustres, en las fiestas oficiales, y él era quien bendecía la unión de los favorecidos del nombre y la fortuna, él quien bautizaba á los futuros próceres.

—¿Quién es el padrino?—me preguntó.

—El Presidente de la República.

—¡Ah, ja! eso está bien... ¿Y la madrina?

—Mi tía Mónica Vallmitjana, ya sabe, Monseñor, es de la ilustre familia catalana que...

—¡Ah! ¿Una señora perlática?

—La misma.

—¡Bien! ¡Vaya en paz, hijo! Tendré el mayor gusto en casarlos... Y diré unas palabritas en la ceremonia.

El día de nuestra boda, la gran nave central de la Metropolitana se vió llena de lo más granado de la sociedad, y el lujo que allí se desplegó hizo época, tanto como el célebre baile de la Bolsa en que se robaron los sobretodos y los abrigos...

Mucho más modesto fué, varios meses después, en la iglesia matriz de aquella dormida ciudad provinciana, el casamiento de Pedro Vázquez con María Blanco.

—¡Muchas felicidades!—como dijo María.


VIII

¡Qué bonita y amable ciudad es Montevideo, sobre todo cuando se llega á ella dando el brazo á una mujer joven y hermosa, con quien se ha compartido un regio departamento á bordo del vapor de la carrera! Cómo reposan aquellas accidentadas calles, de la chata monotonía de Buenos Aires, y aquella alegre limpidez del cielo, y del agua, la del mar y la del río, que se