declarándole que yo había faltado antes, al comprometerme con Eulalia Rozsahegy? Hoy creo que nunca he hecho una serie más larga y disparatada de locuras, y tanto me escuece este recuerdo, que nunca lo escribiré en toda su amplitud. Me había cegado el éxito de todas mis empresas, y mi orgullo crecía tanto más cuanto que, en la realidad, era más mediana mi situación intelectual, social y moral en Buenos Aires. Instintivamente sentía, pese á las adulaciones y los triunfos visibles, que se me hacía poco caso, quizá menos del que yo merecía en realidad, porque, al fin y al cabo, modestia aparte, estoy bastante arriba del término medio de mis contemporáneos. Esto explica bien naturalmente la exasperación de mi amor propio...
Caí como una bomba en casa de Blanco. Era por la tarde. En la vasta sala en que parecían naufragar los viejos y pesados muebles provincianos, sentada junto á la ventana, y bordando un pañuelo, estaba María. Frente á ella, un hombre: Vázquez.
Sentí que toda la sangre se me subía á la cabeza, pero haciendo un titánico esfuerzo, me dominé, y con risa sardónica acerquéme á la joven, haciendo como que no veía á Vázquez, tranquilo y grave, y sin ver en realidad al viejo Blanco, que estaba en la sombra.
—¡Mauricio!—exclamó María con un tono de cándida satisfacción que me sorprendió.
—En persona—dije, inclinándome con exagerada reverencia.—Ardía en deseos de saludarla, señorita.
Y girando rápidamente sobre mis talones, me volví á Vázquez y dije, provocativo:
—¡Y á ti también! Entonces vi á don Evaristo que acababa de ponerse de pie y me tendía afectuosamente la