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—¿Has hecho mis maletas?

—Todavía no, señorito... El almuerzo...

—¡Imbécil, torpe! ¿No te he dicho que hicieras mis valijas? Desapareció á tiempo, pues mi puntapié hizo que la hoja de la puerta le golpeara las espaldas.

Y, enervado por aquel arrebato demente é inútil, me senté en un sofá, mordiéndome los puños, me levanté, hice pedazos la tarjeta, sin leerla, corrí como un loco alrededor de la sala, dando puñetazos á los muebles, y de repente me calmé, me eché á reir, y fuí á vestirme, completamente tranquilo, repitiendo un refrán que don Fernando Gómez Herrera, mi señor padre, solía decir á menudo: «Lo que no tiene remedio, remediado está».


VII

Dos horas después, en el tren que me conducía á mi provincia, pensaba en aquella nueva Teresa que era como el símbolo de toda la perfectibilidad de nuestra raza, y me repetía:

—¡Si uno pudiese saber á tiempo! Pero ¡bah! nunca se puede desandar lo andado ni desvivir lo vivido. ¿No obraban los demás, conmigo, con igual desparpajo? María, por ejemplo... ¡Vaya! ¡en la guerra, como en la guerra! No hay otro remedio que el de amoldarse á las circunstancias, y entre varios males elegir el menor... cuando se puede elegir.

¡Extrañas antinomias! ¿Quién explicará jamás que, en mi fatalismo, no hiciera yo aquel viaje sino para representar ante María Blanco una escena análoga, sino igual á la que Teresa Rivas acababa de representar ante mí? ¿No iba, únicamente, á echarle en cara su falta de palabra, y á afirmar mi superioridad de varón