¿qué puede usted hacer por esa infeliz criatura? ¿De qué modo resolver esta peripecia, como la llamaría un dramaturgo? Miré á las paredes, á las puertas, invoqué al rayo, la presencia de cualquier persona, amiga ó enemiga, pensé hasta en el suicidio, todo me pareció preferible á aquella situación tremenda por lo insólita é inconducente...
¡Oh, destino! ¡oh, fatalidad! ¿Por qué las cosas de la vida se amontonan en un instante dado, formando lo que los novelistas, poetas y comediógrafos llaman el nudo? ¡María, Eulalia, ahora Teresa! ¡Todo de golpe! ¿Ó todo esto existía antes, y el nudo no es más que una visión más aguda y sintética de lo que viene sucediendo y ha estado anudado siempre? ¡Por los clavos de Cristo! ¿Cómo resolver esta maldita peripecia, sin rebajarla hasta lo innoble? Yo no sé lo que imaginaría un novelista, dado el problema psicológico. Lo único que puedo exponer es lo que hice, dejándome inspirar, sencillamente, por mi instinto de conservación.
—Tenga usted confianza... Siéntese... Conversemos—dije.
Se sentó, automáticamente.
—Debe estar hecho todo un hombre... Y buen mozo, ¿eh?... ¿Cómo se llama?...
—Ya dije... Mauricio... Mauricio, como...
como su padre.
—¡Ah! Y luego, bajando cabeza y brazos hacia el suelo, como en el colmo de la desolación, agregué:
—Puedes... puede usted estar segura, señora, de que ese niño tendrá siempre en mí el más resuelto, el más abnegado de los protectores y de los amigos... Será para mí... como un hijo