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otra cosa. Es la niña más bonita y más espiritual de Buenos Aires.

—Eulalia Cómez Herera—exclamó sentenciosamente el viejo,—es una cosa. Pero si Eulalia Cómez Herera no tuviera más que lo que tiene el marido, sería otra cosa. Eulalia Cómez Herera, hija de Rozsahegy, es una gran persona, y el marido también, y el padre también.

—¡Oh, sí!—exclamó Irma, corriendo otra vez á abrazarme.

Eulalia se moría de vergüenza y de amor.

Yo tenía unas ganas locas de echarme á reir.

Pero besé á Eulalia en la frente, abracé á la suegra, estreché la ancha y velluda pata sudorosa de Rozsahegy y me despedí, diciendo:

—Mañana salgo para mi provincia. Allí estaré dos ó tres días, nada más. Entretanto, comenzarán á hacerse todos los preparativos para el casamiento.

—¡Se va!—exclamó Eulalia, como si obscureciera de repente.

—Pero escribiré, querida—le dije al oído.—Si me voy, es precisamente para que seamos felices más pronto...

Cuando me marché, parecióme que aquel palacio olía á grosera felicidad, como un local dudoso, donde se hubiera desarrollado una fiesta rayana en orgía. Eulalia era allí como una flor olvidada que se agotaba en la atmósfera caliginosa.


VI

¡Golpe por golpe! Las circunstancias me permitían vengarme sin sufrir, más que sin sufrir, ganando en cambio. ¡María!... ¡Vázquez!...

¡La cara que iban á poner en cuanto