Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/307

Esta página no ha sido corregida
— 299 —

compagnie», sobre la demoníaca maldad de los hombres y lo inane de las riquezas; lagrimitas de mamá Irma; rubores y balbuceos de Eulalia; risotadas jubilosas de Rozsahegy; cálculos tele-futuros de Coen—vidente de lo que yo podría ser con mi nombre y con «nuestra» fortuna al cabo de diez años,—sonrisas entendidas de los mundanos, comentando el chisme sensacional que yo les proporcionaba inesperadamente para el club y las tertulias medianochescas de Matilde y la Calandraca, puntos de reunión en aquel tiempo de lo más granado de la sociedad oficial, militares y paisanos; continuos paseos de los sirvientes de librea, ofreciendo vinos, refrescos, helados, sandwichs y bombones á los comensales de un patrón que fué quizá su camarada; un poco de música, unas vueltas de vals...

Se marcharon, al fin, todos aparentemente contentos, excepto la «demoiselle de compagnie», más que nunca deseosa de ser actriz y no espectadora; los elegantes que hacían el inventario de la fortuna de Rozsahegy; el político sin prestigio que hubiera dado generosamente esta negación á cambio de los millones rozsaheguianos; la mujer de Coen, que había debido cambiar el programa y postergar la data de sus deseados estudios psicológicos; algunos otros... y nadie más, porque ya el resto era de la «familia», salvo Coen, quien, al fin y al cabo, «sabía» que «sabía» sacar provecho de todas las circunstancias.

El «tête à tête» con Eulalia que siguió á la fiesta fué encantador, pero corto. Aquella virgen de Andrea del Sarto me arrebataba, y hasta me hacía olvidar, en esos minutos, que al pedir su mano sólo había obedecido á un rapto de despecho, á un impulso de orgullo satánico.

Estaba enamorada de mí, y nada embriaga